La presión laboral afecta el ánimo y daña las arterias. La depresión también aumenta la vulnerabilidad cardíaca.

En el trabajo. La alta exigencia, la presión psicológica y el bajo poder de decisión causan el mayor estrés.

El estrés laboral, los problemas de pareja y la sensación de ser tratado en forma injusta son los principales factores que generan estrés psicológico crónico. Esto altera las emociones y provoca irritabilidad, ansiedad y trastornos del sueño, y una mayor propensión a sufrir daño arterial.
Quienes están bajo estrés crónico en general expresan displacer por las circunstancias que viven. Sin embargo, la tensión también puede relacionarse con situaciones que, aunque no son desagradables, implican desafíos y demandan atención.

Pero uno de los factores que más mina la salud es la presión laboral. Un estudio publicado en 2008 en Journal of the American College of Cardiology, estableció que el estrés laboral aumenta el riesgo coronario en un 60 por ciento. Los mayores condicionantes son la alta exigencia; demanda o presión psicoemocional en el trabajo; el bajo poder de decisión en las propias tareas; y el bajo cociente recompensa-esfuerzo.

La razón para desacelerar y cuidarse es que ya “está suficientemente probado que el principal factor de riesgo de enfermedad cardiovascular es el estrés prolongado”, según asegura Pablo Cólica, director médico de la Asociación de Medicina del Estrés de Córdoba.

“El problema –explica– es cuando la adaptación es prácticamente imposible por sobreexigencias; lucha por poder político o laboral; por acumular riquezas; por falta de control de las propias emociones que nos coloca en un estado de ansiedad permanente, de enojo hacia los otros y con nosotros mismos; de constante competitividad, disgusto y desconfianza”.

Impacto arterial. Más allá de los esfuerzos por reducir los factores de riesgo clásicos (como tabaquismo, hipertensión arterial, colesterol y sedentarismo), la enfermedad cardiovascular y las muertes por infarto no disminuyen porque “tienen un piso impuesto por las emociones y la vulnerabilidad al estrés”, señala.

La tensión psicológica, además, se relaciona con indicadores del síndrome metabólico: alteraciones de lípidos en sangre, resistencia a la insulina, obesidad, y diabetes tipo 2.

“Si están presentes al menos tres de los factores de riesgo y no se tratan, en cinco años aparece un accidente cardio o cerebrovascular”, advierte Cólica.

El estrés provoca reacciones en el endotelio, que es la capa que recubre internamente las arterias de todo el organismo.

“En situaciones emocionales descontroladas, como una reacción de ira, en pocas horas las placas de ateroma (grasas), pueden crecer en forma abrupta, desarrollar trombos y romperse, con la consiguiente obstrucción arterial”, explica.

Los más propensos. Si bien el estrés es un fenómeno subjetivo que se desarrolla según la manera como cada uno reacciona ante los avatares de la vida, existen dos tipos de personalidades más vulnerables.

Los individuos con personalidad tipo “A”, son ambiciosos, agresivos, intolerantes, reactivos y sobreexigidos. Se enojan, sufren ataques de ira y son hostiles ante lo que se opone al logro de sus objetivos. Ellos suelen sufrir estrés prolongado y “son quienes más enferman de problemas arteriales e hipertensión”, apunta Cólica.

Los de personalidad tipo “D”, a su vez, tienden a evitar los problemas, son introvertidos, negativos, más bien depresivos e inhiben sus reacciones. Estas personas también sufren estrés prolongado generado por el ámbito laboral y social; se dan cuenta de que debieran reaccionar, pero no lo hacen. “Llegan a enfermedad coronaria en menor proporción que los anteriores –indica el médico –, pero con características más devastadoras y mayor mortalidad”.

Un reciente estudio de científicos de la University College de Londres y la Universidad de Versalles, confirma que la combinación de depresión y enfermedad cardiovascular triplica el riesgo de morir por cualquier causa. Y esa relación aumenta cuatro veces el riesgo de muerte por enfermedad coronaria.

Tomar las riendas y generar pequeños cambios efectivos

Separar. Respetar ocho horas para trabajar, ocho para dormir, e igual tiempo para el esparcimiento.

Naturaleza. Caminar descalzo en el pasto ayuda a sacar preocupaciones de la mente. Pasar todo el tiempo posible en contacto con la naturaleza.

Relajarse. Practicar la respiración abdominal y técnicas de relajación en todo momento que se sienta tensión. Controlar la ira con técnicas de relajación y responder con humor.

Cambiar. No permanecer anclado en algo que disgusta o molesta. Modificar lo que sea posible. No pegarse al estrés y nerviosismo de otros.

Sí al no. Decir “no” sin culpa; no intentar complacer a los demás y atender las necesidades propias.

Foco. No hacer varias cosas al mismo tiempo. Ocuparse, por vez, de una sola actividad.

Trabajo manual. Si cuesta desenchufarse, hacer alguna actividad manual que no exija nada a la cabeza: ordenar el placard y la biblioteca, tejer, cortar el pasto, lavar el auto, cuidar las plantas.

Dos columnas. En una columna anotar las fuentes de estrés que no se pueden cambiar y en la otra las modificables. Abocarse a las segundas.

Vivir hoy. Dejar de pensar en terribles desenlaces que no han ocurrido ni tienen por qué pasar.

Armonía. Hacer una dieta equilibrada, realizar actividad física y evitar el exceso de estimulantes.

Afecto y metas. Cultivar vínculos afectivos, familiares y sociales. Plantearse proyectos de vida y metas. Hacer alguna actividad artística.